3/3/12

10.000 horas de práctica



Hola, quiero compartir con ustedes esta información que saca bastantes mitos con respecto al talento o virtuosismo innato. Es un estudio que hizo el Psicólogo Anders Ericcson en los años 90. 
Todos asociamos el éxito de una persona a una mezcla de trabajo duro y un especial don. Por ejemplo, Mozart sin duda debía de ser un niño especialmente dotado si compuso aquella música tan hermosa. Bill Gates también debía de ser una suerte de superdotado de las computadoras.
Sin embargo, ¿y si en realidad no importara tanto el talento innato a la hora de sobresalir en alguna actividad? ¿Y si fuera verdad aquello de que cualquier trabajo es un 1 % de talento o suerte y un 99 % de transpiración?
Es evidente que el talento innato existe. No todas las personas nacen con las mismas disposiciones y habilidades naturales. Sin embargo, cada vez más experimentos psicológicos confirman que importa menos de lo que pensábamos el talento innato que el nivel de preparación.
¿Less gustaría ser estrellas del rock? ¿Grandes escritores? Es más fácil de lo que aparenta.
Uno de los estudios más famosos al respecto es el que llevó a cabo a principios de 1990 el psicólogo K. Anders Ericsson y dos de sus colegas en la elitista Academia de Música de Berlín.

Allí dividieron a los violinistas en tres grupos.
Grupo 1: las estrellas, los que tenían más potencial para ser músicos de talla.
Grupo 2: los que eran juzgados por sus profesores como simplemente buenos.
Grupo 3: los estudiantes que tenían escasas posibilidades de acabar dedicándose profesionalmente a la música.
A todos los estudiantes se les había preguntado cuántas horas habían practicado aproximadamente con su violín desde la primera vez que tomaron uno. En los tres grupos la respuesta fue parecida: todos empezaron a tocar alrededor de los 5 años de edad, y todos practicaban unas 2 o 3 horas semanales.
Sin embargo, cuando los estudiantes evocaron sus prácticas a partir de los 8 años de edad, empezaron a surgir diferencias. Los estudiantes del Grupo 1 respondieron que a esa edad duplicaron las horas de prácticas. A los 16 años, ya practicaban 14 horas semanales. A los 20 años era posible que algunos ya practicaran unas 30 horas semanales.
Todos los estudiantes que habían practicado ese gran número de horas (alrededor de las 10.000) pertenecían al Grupo 1, al grupo de las estrellas. Ninguno que practicara menos podía colarse allí, y viceversa. Los miembros del Grupo 2 sumaban como máximo 8.000 horas. El Grupo 3, apenas 4.000 horas.
Aquellos resultados eran demasiado precisos para resultar ciertos. ¿Todo dependía de las horas que habían invertido los estudiantes? ¿Todo era cuestión de callo?
Para asegurarse de que no habían asistido a una especie de casualidad, repitieron el mismo tipo de experimento con una clase de pianistas. ¿Sabéis cuál fue el resultado? Exactamente el mismo. El patrón era idéntico. Los pianistas más sobresalientes siempre habían sumado al menos 10.000 horas de prácticas en toda su vida.
Este resultado era del todo contraintuitivo: Ericsson no encontró músicos natos, esa clase de músicos que parecen nacer con el don de tocar brillantemente, como si lo llevaran escrito en los genes. Como Mozart. ¿O es que el caso de Mozart no fue exactamente así?
Ericsson concluyó que, una vez uno ha demostrado capacidad suficiente para ingresar en una academia superior de música, lo que distingue al intérprete virtuoso de otro mediocre es el esfuerzo que cada uno dedica a practicar.

Y algo más importante: los músicos que están en la cumbre no trabajan un poco más… trabajan muchísimo más.
El neurólogo Daniel Levitin lo expresa así en su libro El cerebro y la música:
La imagen que surge de tales estudios es que se requieren diez mil horas de práctica para alcanzar el nivel de dominio propio de un experto de categoría mundial, en el campo que fuere. Estudio tras estudio, trátese de compositores, jugadores de baloncesto, escritores de ficción, patinadores sobre hielo, concertistas de piano, jugadores de ajedrez, delincuentes de altos vuelos o de lo que sea, este número se repite una y otra vez. Desde luego, esto no explica por qué algunas personas aprovechan mejor sus sesiones prácticas que otras. Pero nadie ha encontrado aún un caso en el que se lograra verdadera maestría de categoría mundial en menos tiempo. Parece que el cerebro necesita todo ese tiempo para asimilar cuanto necesita conocer para alcanzar un dominio verdadero.
¿Sabéis a cuánto equivale aproximadamente esas 10.000 horas que necesita el cerebro para, gracias a su plasticidad, volverse especialmente diestro en alguna actividad? Unos 10 años.
Esta cifra de los 10 años sirve para desmontar casos emblemáticos de prodigios de la música comoMozart. Todos sabéis que Mozart empezó con la música a los 6 años, todos hemos visto películas en las que el pequeño Mozart deleita y asombra a la concurrencia cuando apenas llega sentado al piano.
Pero hay que ser justos en reconocer que las primeras obras de Mozart no eran excepcionales. De hecho, las piezas más tempranas probablemente fueron escritas por el padre de Mozart. Los primeros siete de sus conciertos para piano y orquesta son en gran parte arreglos de obras debidas a otros compositores.
El primer concierto que contiene música original de Mozart, el nº 9, K. 271, no lo compuso hasta los 21 años de edad. Exacto: Mozart ya llevaba 10 años componiendo conciertos. El crítico de música Harold Schonberg incluso opina que las mejores obras de Mozart no llegaron hasta que llevaba 20 años componiendo.

O lo mismo le sucedió a los Beatles: el tiempo que transcurrió desde la fundación de la banda hasta que llegaron los que posiblemente sean sus mayores logros artísticos fue de 10 años, 10 años en los que tocaron jornadas maratonianas de 8 horas diarias 7 días a la semana en un club de Hamburgo.
Lo mismo sucede en otras actividades. En el ajedrez, Bobby Fischer quizá es una excepción: en vez de 10, tardó 9 años de práctica concienzuda.
Naturalmente, todo esto sólo es una parte de la historia. Una vez logrado el talento nadie te garantiza el éxito. Uno puede estar 20 años escribiendo 10 horas al día y ser rechazado sistemáticamente por todas las editoriales del mundo. Porque lo que finalmente distingue una carrera de éxito es, sobre todo,una mezcla de oportunidades extraordinarias y suerte.
Y no hemos de olvidarnos de los infinitos casos en los que no son necesarios ni 5 minutos de prácticas para alcanzar el éxito, sólo esa mezcla de oportunidades extraordinarias y suerte. O simple marketing. No hace falta que mencione ningún nombre, ¿verdad?
Pero ello no invalida que, neurológicamente, 10.000 horas de práctica, 10 años de tesón e ilusión, es el mínimo requerido para que una persona alcance la excelencia en la realización de una tarea compleja.


Fuente | El cerebro y la música de Daniel Levitin

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